lunes, 21 de julio de 2008

De Colores...



De colores


Los nudibranquios tóxicos —unas babosas marinas— crean una colorida defensa.
Los nudibranquios reptan por la vida tan resbaladizos y desnudos como un recién nacido. Parientes de los caracoles, cuyos antepasados se deshicieron de su concha hace millones de años, son sólo piel, músculo y órganos, que se deslizan sobre senderos de cieno en el fondo del océano y cabezas de coral por todo el mundo.
Presentes tanto en fondos arenosos y arrecifes en aguas poco profundas como en el oscuro lecho marino a más de un kilómetro de profundidad, los nudibranquios prosperan en aguas ya sean tibias o frías, incluso alrededor de respiraderos hidrotermales en lo más hondo del mar. Miembros de la clase de los gasterópodos, y más ampliamente de los moluscos, los nudibranquios, la mayor parte de los cuales es del tamaño de un dedo, viven expuestos por completo, sin cubierta protectora alguna; sus branquias forman penachos sobre su dorso (nudibranquio significa “branquia desnuda”, una característica que los distingue de otras babosas de mar).
Aunque pueden liberar su musculoso pie del fondo marino para modificar su dirección en una corriente –algunos incluso pueden nadar libremente– en general son criaturas de movimiento lento.
Entonces, ¿por qué, en hábitats atestados de depredadores, los nudibranquios no son devorados como camarones en un coctel? Resulta ser que las más de 3 000 especies de nudibranquios conocidas están bien equipadas para defenderse. No sólo pueden tener piel dura, abrasiva y llena de protuberancias, sino que también han intercambiado la concha familiar por un armamento menos engorroso: secreciones tóxicas y células urticantes. Si bien unos pocos fabrican su propio veneno, casi todos lo hurtan de sus alimentos. Por ejemplo, las especies que se alimentan de esponjas tóxicas modifican los compuestos irritantes, que almacenan en su cuerpo, y los secretan cuando se les perturba. Otros acumulan cápsulas de aguijones estrechamente enrollados, llamados nematocistos, ingeridos a partir de corales de fuego, anémonas e hidroideos.
Inmunes a la picadura, las babosas despliegan la artillería robada a lo largo de sus propias extremidades. Muchos nudibranquios móviles –vulnerables conforme se desplazan en plena luz del día entre lugares de alimentación– anuncian sus armas con colores y diseños llamativos, una paleta que ha evolucionado durante millones de años. Los pigmentos contrastantes los vuelven muy visibles contra los tonos verdes y pardos de un arrecife, una alarma visual que hace que los predadores se tornen cautelosos. De modo similar, dejan en paz a los animales capaces de imitar estos diseños, incluso nudibranquios y otros invertebrados, como los gusanos planos, no tóxicos.
Los nudibranquios más tímidos, con hábitos nocturnos o con espacio vital reducido, a menudo se caracterizan, más que por el contraste, por el camuflaje, desde monótono hasta brillante (aunque muchos también tienen defensas tóxicas). Los pigmentos, que corresponden a los de esponjas y otros sustratos comestibles de los cuales se alimentan, pueden hacer que hasta las más grandes variedades de nudibranquios –de la longitud de un antebrazo de ser humano– se desvanezcan donde yacen. Aun el buceador con mejor vista quizá no se percate de la presencia de esas especies camufladas. Sin embargo, los más brillantes saltan a la vista en explosiones de colores, uno ronzando un coral, otro adherido a una roca, un tercero arrastrado por la corriente a lo largo del lecho marino.
Una vista afortunada es una agrupación en masa de docenas o incluso cientos reunidos en un lugar propicio para alimentarse y aparearse, o una especie del tamaño de un pequeño plato “que utiliza energía solar” y obtiene nutrientes a partir de algas fotosintéticas que viven dentro de su cuerpo.
Los nudibranquios son ciegos a su propia belleza; sus diminutos ojos perciben poco más que la luz. En lugar de eso, huelen, saborean y palpan su mundo al usar apéndices sensoriales montados en la cabeza, llamados rinóforos, y tentáculos orales. Las señales químicas los ayudan a rastrear comida, no sólo coral y esponjas, sino balanos, huevos o peces pequeños, y otros nudibranquios.
Hermafroditas, los nudibranquios tienen órganos tanto masculinos como femeninos y pueden fecundarse uno a otro, una capacidad que acelera la búsqueda de parejas y duplica el éxito reproductivo. A veces un nudibranquio se come a otro, en particular si es de otra especie. Una babosa caníbal levanta la cabeza como una cobra para envolver su presa, y usa las mandíbulas y los dientes para terminar el trabajo; otros usan enzimas, en lugar de dientes, para desintegrar presas.
¿Qué otra cosa puede devorar a un nudibranquio y vivir para contarlo? Ciertos peces, arañas y estrellas de mar, tortugas y ciertos cangrejos. Algunas personas los consumen, después de retirarles los órganos tóxicos. Chilenos y habitantes de islas de Rusia y Alaska los comen asados, hervidos o crudos. Los seres humanos también han estudiado el sistema nervioso simple de las babosas de mar para buscar pistas respecto al aprendizaje y la memoria, y han incursionado en su armería química en busca de fármacos. Los científicos están aislando sustancias químicas que pueden ayudar a tratar enfermedades del corazón, los huesos y el cerebro.
Aun así, los nudibranquios apenas han empezado a revelar sus secretos; los investigadores calculan que sólo han identificado la mitad de las especies, e incluso los conocidos son esquivos. Casi ninguno vive más de un año y después desaparecen sin dejar huella; su cuerpo sin esqueleto y sin concha no deja registro de su brillante y breve vida.

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